martes, 23 de diciembre de 2025

"BUSCANDO A DIOS DESESPERADAMENTE: FENÓMENOS MÍSTICOS, MILAGROS Y ESPIRITUALIDAD" MANUEL CARBALLAL. PROLOGO DE GERMÁN DE ARGUMOSA


 


PREFACIO


“…y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”

Juan 8:32


A principios de los años 90 del siglo XX un adolescente gallego, henchido de ilusiones, esperanzas y preguntas existenciales, que estudiaba teología con la vocación de ser sacerdote católico, desnudó su alma en un texto que temerariamente envió a uno de sus intelectuales de referencia solicitando un prólogo al mismo.

Era un joven, víctima de su tiempo –como todos- que escuchaba con fervor las disertaciones de ese intelectual a través de la radio. No existía internet, ni las redes sociales.

El texto se redactó en una vieja máquina de escribir Olivetti. Y confió aquel único ejemplar a su admirado profesor, con la esperanza de que el mediático filósofo y teólogo, introductor de la parapsicología en la universidad española en 1973, aceptase colaborar introduciendo aquellas primeras investigaciones. Y esperó pacientemente una respuesta…

Una respuesta que no llegó hasta más de treinta años después.

Poco después de recibir aquel escrito, el intelectual pasó una situación personal compleja, que le hizo cambiar de ciudad y de vida, hasta su fallecimiento en 2007. Y el adolescente gallego nunca supo que su admirado teólogo había redactado e incluso grabado en una cinta cassette el prólogo a su libro, hasta décadas después.

Fue en 2025, casi 20 años después de su muerte, que su gran amiga y biógrafa, depositaria de los archivos del profesor, le obsequió con la única copia existente de aquel viejo libro, y con el prólogo que aquel admirado teólogo preparó para el mismo.

Y he aquí.

El prologuista era don Germán de Argumosa y Valdés.

Su biógrafa y rescatadora del documento, doña María Pilar Ramiro de Pano.1

Y el autor, era yo.

Durante más de 30 años esta obra –ahora corregida, actualizada y ampliada- permaneció en el limbo de los olvidados. No existían más copias. Si esto no es milagroso…

 

 Las preguntas que importan

¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿De dónde vengo?

Son las preguntas existenciales que todos los seres humanos, sin distinción de razas, credos o lenguas, nos hacemos desde el principio de los tiempos.

¿Qué sentido tiene la vida?

La Verdad… la anhelada Verdad. ¿Dónde está? ¿Quién la tiene? ¿Porqué la esconde con tanto ahínco?

Probablemente los humanos no tenemos todavía conocimientos suficientes ni capacidad para abarcarla. Para comprenderla. Como no somos capaces de comprender todavía el origen y la inmensidad del universo, las paradojas del tiempo, las contradicciones de la física cuántica o el funcionamiento de la conciencia. Igual que un escarabajo pelotero es incapaz de comprender los algoritmos informáticos, el funcionamiento de una bomba atómica o el código de circulación vial. Pero nuestra obligación es intentarlo. Y morir en el empeño si es preciso. Porque aunque jamás lleguemos a comprender la Verdad, es tanto lo que aprendemos en el camino, que no existe causa más justa y enriquecedora a la que consagrar nuestra vida.

Sin embargo, ¿cómo rellenar ese inmenso agujero negro en lo más profundo de nuestra alma que genera la duda y el desconocimiento? Ese agujero de gusano que comunica nuestro corazón con algún ignoto e impredecible rincón del universo.

Hoy cosmólogos, astrónomos y físicos utilizan la tecnología y las matemáticas para intentar descifrar cual es nuestro papel en el mundo y qué –o quién- lo originó. Filósofos, teólogos y pensadores utilizan otras herramientas más subjetivas. Aunque todos con el mismo anhelo. Hallar la Verdad.

Y desde que tengo uso de razón, hasta donde alcanza mi memoria, me recuerdo obsesionado por ese mismo anhelo. Aunque, en mi caso, todo comenzó por la religión.

Solo dos kilómetros distanciaban la casa de mis padres, cerca del barrio de las Flores (donde vivió Oscar Rey Brea2), de la de mis abuelos, en la Avenida de los Mallos, de A Coruña, donde vine al mundo. En una época en la que algunos meteprisas todavía nacíamos en casa, siendo nuestras madres asistidas por las vecinas, porque no teníamos tiempo de esperar a llegar al hospital para empezar a explorar la vida.

Solo 1.200 metros. Y me recuerdo a mí mismo haciendo ese trayecto, aquellos 24 de diciembre, para celebrar la nochebuena con mi familia, canturreando el famoso “Stille Nacht, heilige Nacht” (en español “Noche de paz”), del padre Joseph Mohr, sin poder contener las lágrimas, porque realmente creía que esa noche nacía el Niño Dios. Y le consagré mi vida.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) la fe es un regalo del Creador: “Es un don de Dios, una gracia sobrenatural. Para que se dé esta fe, es necesaria la gracia de Dios, que mueve e impulsa al corazón”. 3

La fe, como el amor, no es algo que pueda forzarse. Ni comprarse. Ni implantarse por la fuerza. O lo sientes o no lo sientes. Y según nuestra tradición, no puedes sentirlo sin la acción expresa de Dios. La Biblia incide en muchas ocasiones en esta idea. La fe como una gracia que Dios concede a quien él considera.

Saulo de Tarso lo deja claro en su Epístola a los Efesios 2:8-9: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."

Más aún, el evangelista San Juan pone en labios de Jesús: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero" (Juan 6: 44). Y añade, por si quedase alguna duda: "Y dijo: Por esto os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre" (Juan 6: 65).

San Pablo no solo incluye la fe en el listado de gracias que otorga el Espíritu Santo a quien considera merecedor de ese don: "...a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu" (1 Corintios 12:9). Además especifica que el grado de fe concedido, también es una decisión del Espíritu Santo: "...sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno" (Romanos 12:3).

Bienaventurado a quien Dios concede esa gracia, porque, hablo por experiencia, es una energía infinitamente poderosa. Capaz de mover montañas y crear o derribar imperios. Y de blindar tu voluntad para cualquier sacrificio: "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no solo que creáis en él, sino también que padezcáis por él" (Filipenses 1:29).

Pero ¿y si el bienaventurado decide intentar compartir esa fe con quienes no la han recibido, a través de la ciencia? ¿Acaso Dios considera un pecado de soberbia el anhelo de trasmitir su gracia a los incrédulos buscando evidencias empíricas, objetivas y contrastables de sus milagros, viajando por todo el planeta como sus primeros apóstoles y misioneros?

Lo que también aprendí amargamente, por experiencia, es que de la misma forma en que el Espíritu Santo otorga la poderosa gracia de la fe, puede arrebatarla. Cuando es el intelecto, y no solo el corazón, el que intenta buscar y compartir las evidencias científicas de su existencia.

Quizás Eva sintió la misma desazón cuando cayó en la tentación del conocimiento, mordiendo el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, para que su ojos “sean abiertos” (Génesis, capítulo 2 y 3).

No podemos decir que no nos lo había advertido…

  

 

1 Pilar Ramiro de Pano es la autora del imprescindible “Germán de Argumosa: Más allá de los fenómenos paranormales” (Oberón, 2014). Una minuciosa, detectivesca y artesanal reconstrucción de la vida y obra de Germán de Argumosa compuesta por Pilar tras años de esfuerzo, ensamblando las pequeñas piezas que conforman el puzle biográfico de Germán, usando desde breves notas manuscritas en servilletas, grabaciones de audio, programas de radio y televisión, documentos legales, artículos, etc. Una labor titánica.

2 Oscar Rey Brea, aka El Gallego Sabio, fue un radiosondista, astrónomo y pensador coruñés que, en 1945, comenzó a estudiar científicamente el fenómeno OVNI, dos años antes de que surgiese como fenómeno social en EE.UU. En 2023 publiqué su biografía: “El gallego sabio” (Editorial El Ojo Crítico).

3(CIC 153-155)

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