viernes, 29 de marzo de 2019

Colección: "Cuaderno de Campo" de El Ojo Crítico



   Los cuadernos de campo son el mayor tesoro del investigador. Al menos del investigador que opta por encuestar directamente a los testigos, protagonistas de los fenómenos anómalos.
En ellos se atesoran los recuerdos, las anécdotas, los trucos y estrategias para acceder a esos testimonios. Son la bitácora, el diario de ruta de toda investigación.
Con caligrafía precipitada, indescifrable para todos salvo para el autor; con dibujos toscos, planos improvisados, redactando a pesar de los bamboleos del tren, coche o autobús, ahí están plasmadas para siempre, las primeras impresiones, las primeras reflexiones y las primeras dudas de cada caso. Las primeras piezas del puzle, recogidas sobre el terreno, que después intentarán ser ensambladas, consultando a otros especialistas, comparando el incidente con otros recogidos en la bibliografía especializada, solicitando análisis de las pruebas recogidas, peritando fotos y videos, etc.
Porque, nos guste o no, el relato humano es la primera pieza del rompecabezas. Casi todos los casos comienzan –y la mayoría terminan- con el relato de un testigo. Pero nuestras primeras impresiones sobre su expresión no verbal, la orografía del terreno, la decoración de la casa, ubicación de la “escena del misterio”, etc, son pistas recogidas, en caliente, y de un valor incalculable para una correcta valoración de cada episodio. Comentarios que, con el paso de los años, pueden diluirse en la memoria, pero permanecen inalterables sobre el papel…
Pero solo pueden comprender a que nos referimos los investigadores que trabajan sobre el terreno. Los otros, igualmente dedicados, no usan cuadernos de campo.
Compiladores, analistas, investigadores de gabinete o laboratorio… no encuestan a los testigos, no lo consideran necesario. Nutren sus análisis y especulaciones en el trabajo de los primeros, y es lícito. Sin embargo, se pierden una parte fundamental de toda investigación.
Esto no significa que sus valoraciones y reflexiones sean imprecisas. Probablemente ellos no están influenciados por la pasión que implica el trabajo de campo. Una inversión de tiempo y dinero reservada a los estudiosos más intensamente apasionados por el estudio de las anomalías, y por ello tal vez más subjetivos. Pero sin duda son incompletas.
Esta realidad ha creado una paradoja. Y de la misma forma que existen criminólogos que jamás han visto un cadáver ni han hablado con un criminal, informáticos que jamás han escrito código o programado, abogados que jamás han ido a un juicio o han defendido a un detenido… existen “expertos” en ufología que jamás han acudido a entrevistar a un testigo OVNI. Y son la mayoría.
El trabajo de campo permite al encuestador un contacto directo con la raíz primigenia de los llamados fenómenos anómalos: el testimonio humano. En toda su dimensión. Las emociones que puede transmitir, o no, el testigo al relatar su supuesta experiencia; los quiebros en la voz, el temblor en las manos, el humedecimiento de los ojos… nada de eso llega a los analistas y compiladores que permanecen en sus estudios o se nutren solo de información bibliográfica o digital para sus reflexiones. Pero hay más.
El contexto… el lugar donde supuestamente se han producido los hechos. “La escena del misterio”. Lugares que, con el paso de los años y de los casos, llegan a repetir patrones, que hacen sentir al encuestador una sospechosa familiaridad, pese a que jamás habían estado allí.
La decoración, distribución y arquitectura del domicilio donde supuestamente se producen las anomalías… que recuerda poderosamente contextos de casos similares.
Los tics, personalidad o expresiones de los testigos, separados en el tiempo y en el espacio, que en ocasiones llegan a pronunciar exactamente las mismas palabras para describir la anomalía que aseguran haber protagonizado… Y en algunos casos excepcionales, muy excepcionales, permite al investigador convertirse en testigo del fenómeno…
Todo eso, y mucho más, queda reservado a los cuadernos de campo del encuestador. Ya es hora de que vean la luz.

    Porque para contarlo, antes hay que vivirlo... 


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