lunes, 20 de diciembre de 2021

"MEIGAS: LAS BRUJAS SABIAS" Introducción al Cuaderno de Campo nº 9 de Manuel Carballal



Introducción

"Matar en nombre de un Dios es hacer de Dios un asesino."

José Saramago.


Andrés, hoy prestigioso profesor de náutica en la escuela de la marina de A Coruña, era mi vecino. Un poco mayor que yo, había comenzado a trabajar en la mar -su gran amor- muy joven y tenía coche. Por eso, de vez en cuando, tenía que engañarle para que me llevase a algún pueblo remoto de la Galicia rural, y así poder encuestar un nuevo caso en algún lugar donde no llegaban trenes ni autobuses. Y ahora se estaba impacientando para que nos marchásemos a probar esos percebes tan sabrosos que le había prometido, en la costa de Pontevedra…

            -Manu, coño, no ves que esta señora está loca -me susurró al oído mientras la testigo, una mujer de avanzada edad, intentaba seguir con su relato-. ¿Como va a bajar del cielo una rueda de molino? Vámonos de una vez, carallo, que tengo hambre…

            -Espera hombre, déjala acabar.

            La anciana aseguraba que, mientras trabajaba en el campo, rodeada por sus vacas y ovejas, un enorme objeto de aspecto discoidal, que describió “coma unha moa, unha roda de muiño”, bajó del cielo, posándose a pocos metros. Y que de su interior habían descendido unos hombres vestidos de blanco...

            -Lo que yo te digo, la vieja chochea -insistía Andrés.

            El caso no era nada extraordinario. Aunque mi amigo no lo supiese, hemos recogido miles de relatos parecidos en todo el planeta. Desgraciadamente en esta ocasión (en otras sí) no existían fotos, videos, huellas ni ninguna otra evidencia que pudiese avalar la credibilidad de aquel testimonio… O sí.

            -Pero ¿alguna otra vez había visto algo parecido? -pregunto a la testigo fulminando a mi vecino con la mirada.

            -Ay rapaz, coma eso non. Bueno… O único… Cando caeu unha radio do ceo…

            Para mi asombro, y reafirmando el escepticismo de mi amigo, la anciana nos aseguró que, en otra ocasión, años atrás, y también mientras estaba trabajando en la leira  (finca), vio como de pronto una gran radio descendía del cielo, posándose suavemente a unos metros de sus terrenos.

            -¿Lo ves? ¡Como una cabra! ¿Nos vamos ya? -insistía Andrés.

            -Pero ¿cómo una radio? No entiendo -pregunté a la anciana.

            -Unha radio. Como na que escoitaba a novela. Colgada dun trapo. Así -decía la testigo indicando el tamaño del artefacto con las manos, un poco más grande que una caja de zapatos-, toda branca. con as suas bombilliñas…

            La mujer insistió en varias ocasiones en que una radio blanca, con bombillitas, había caído del cielo colgada de un trapo, y comenzaba a percatarse del cachondeo de mi compañero, a punto de zanjar allí mismo la encuesta.  Y hasta yo mismo empezaba a sentir un profundo escepticismo por la credibilidad de la fuente.

He interrogado a miles de testigos de supuestos fenómenos anómalos en todo el planeta, y en infinidad de ocasiones he recogido relatos sobre objetos discoidales -más o menos similares a una piedra de molino- que habían descendido del cielo, con o sin supuestos tripulantes “vestidos de branco”. Pero jamás, ni antes ni después de aquel día, me había encontrado con un relato tan aparentemente bizarro, forteano e increíble: una radio que baja del cielo. Pero, de pronto, con una simple frase pronunciada por aquella anciana del rural gallego, mi escepticismo se desmoronó, y supe que lo que relataba era absolutamente veraz y preciso:

            -¡Que sí, oh! ¡Unha radio! E como tiña un carteliño que dicía que quen a atopase a levase a Garda Civil, eu leveina ao cuarteliño. E alí estará…

            Supongo que Newton sintió algo similar cuando vio caer la manzana. Aquella frase lo cambiaba todo: tenía un pequeño cartel que pedía a quien encontrase “la radio” que la entregase a la Guardia Civil

         Poco tiempo antes me había pasado varias mañanas y varias noches en el Observatorio Meteorológico Provincial de A Coruña. Mi intención era elaborar un estudio sobre los globos de sondeo meteorológico para discernir en qué circunstancias podían generar avistamientos OVNI.

            Conté además con la inmensa fortuna de que Carlos Rey, radiosondista como su padre, fuese mi cicerone en aquellas visitas al Meteorológico. Permitiendo incluso que yo mismo lanzase varios globosonda.

Carlos Rey era hijo de Oscar Rey Brea, el hombre que inventó la ufología en España dos años antes de que los americanos pronunciasen el término “platillo volante”, y que también había sido radiosondista en aquel mismo observatorio.[1]

    Aprendí mucho durante aquellas visitas al Meteorológico de A Coruña. Lo suficiente para discernir cuando y como un globosonda puede ser confundido con un OVNI, que es casi nunca. Mi estudio se publicó en la revista
Karma 7, en aquel momento la principal publicación nacional sobre anomalías, en 1987.[2]   

    Y una de las cosas que aprendí, clave para entender el relato de la anciana, es que, durante años, y antes de la invención de los circuitos integrados, las radiosondas que van unidas al globo meteorológico eran del tamaño de una caja de zapatos y utilizaban un emisor VHF a válvulas. Iban sujetos al globo sonda que a medida que ganaba altura, y por el cambio de presión atmosférica, se dilata hasta explotar, haciendo que la radiosonda cayese del cielo suavemente suspendida del paracaídas que lleva acoplado, mientras continúa emitiendo los datos que nos permiten predecir el tiempo.

Y lo más importante: en esa caja blanca, “coma unha radio”, se adhería una pegatina -incluso conservo una que me regaló Carlos Rey- en la que se indicaba que quien encontrase la radiosonda la entregase en el puesto de la Guardia Civil más cercano. [3]

            En otras palabras, aquella anciana nos había relatado, de forma veraz, precisa y exacta lo que había presenciado. No mentía, ni exageraba, ni siquiera interpretaba su avistamiento. Había visto bajar del cielo una radio (la radiosonda), con bombillitas (las válvulas), colgada de un trapo (el paracaídas), y lo había entregado a la Guardia Civil.  Y si ese episodio, tan aparentemente absurdo e irracional, era la descripción impecable de un hecho inusual y extraordinario, pero absolutamente real ¿cómo interpretar el relato de aquella rueda de molino de la que descendieron unos hombres vestidos de blanco?

            -Ay, rapaz, non sei. Sería a Compaña camiño da Illa de Ons…[4]

 

Antropología de las anomalías

            En 1995 y 1996 todos los investigadores de anomalías gallegos pasamos nuestro gran bautismo de fuego. Fue una locura. Desde el “paciente cero” -el operador de las cámaras de vigilancia del acuartelamiento de As Gándaras (Lugo), que filmó un extraño objeto luminoso sobre el cuartel-, una incontrolable epidemia de fenómenos anómalos se extendió por toda Galicia, oeste de Asturias y norte de León: la gran oleada gallega. [5]

            Durante varios meses, todos los días nos llegaban reportes de que en tal o cual aldea, pueblo o parroquia, se habían producido nuevos incidentes.


            Mis compañeros, Miguel Pedrero, Carlos Gabriel Fernández, José Lesta, etc. y yo, salíamos disparados a las carreteras, en plena madrugada, en cuanto nos llegaba la noticia de un nuevo caso en los rincones más remotos de la Galicia profunda. Recogimos más de 200 episodios, algunos con varias fuentes simultáneas. Y no solo relatos verbales. También fotos, vídeos e incluso huellas inmortalizadas en moldes de escayola, de supuestas criaturas físicas y tridimensionales que, según psicólogos, antropólogos y etnólogos, solo existen en el imaginario del folclore rural.

            Con un universo tan amplio de casos, pudimos realizar diferentes estudios estadísticos que nos llevaron a conclusiones francamente interesantes.

            Descubrimos, sin proponérnoslo, cosas que a los militares no les hizo mucha gracia que descubriésemos, como que el origen de muchos de esos avistamientos tenían un origen tan real y pragmático como el del radiosonda de la anciana pontevedresa, pero en el ámbito de la tecnología militar. Sin embargo, también nos encontramos con episodios absolutamente bizarros, insólitos e inclasificables, que parecían materializaciones del folclore tradicional gallego más arcáico…

            Mi amigo Miguel Pedrero dice que etnólogos, antropólogos e investigadores de anomalías, en el fondo hacemos lo mismo, solo que desde dos perspectivas diferentes. A los primeros les interesan las creencias, el mito y su contexto. Nosotros aspiramos a averiguar si existen fenómenos objetivos y empíricos detrás de esos mitos y creencias. Pero recorremos un mismo camino. Y en ese camino, sobre todo si transita los bosques, valles y montañas de Galicia, siempre ocurre lo mismo: viajas a una aldea perdida tras la pista de un misterio y regresas con diez…

            Posiblemente los investigadores de campo de fenómenos anómalos hemos hecho tantos kilómetros por las corredoiras gallegas, y hemos encuestado tantas fuentes -sino más- que los más activos antropólogos. Nos enfrentamos a los mismos problemas que ellos. Las reticencias iniciales, la desconfianza ante los forasteros, la necesidad de ganarse la confianza de cada uno de los encuestados para que compartan con nosotros recuerdos, vivencias y experiencias extraordinarias, que hoy sus hijos y nietos desprecian como “cousas de vellos”. [6]

            Atesoro en mis cuadernos de campo infinidad de anécdotas recogidas al calor de la lareira, o compartiendo una botella de orujo, o un café de puchero, en cualquier rincón de Galicia.

            Todos los etnólogos y antropólogos saben a qué me refiero. A esa negación inicial que requiere de mucho respeto y paciencia, para transformarse en una fuente de información impagable. Ese patrimonio inmaterial, que nos define como nación, incluye relatos de aparecidos, Santas Compañas, mouras[7], licántropos, criaturas sobrenaturales, tesoros ocultos… y por supuesto, meigas.

            Aunque escandalice a los académicos más puristas, nosotros, los investigadores de campo de anomalías, hemos rescatado del olvido miles de relatos, confidencias, experiencias y confesiones, de nuestros mayores, que forman parte de ese patrimonio inmaterial gallego, tan dignamente como las incluidas en cualquier tesis doctoral. Y de eso, de ese patrimonio inmaterial sobre las sabias, las meigas y las brujas gallegas, y de la realidad objetiva que se oculta tras el mito, trata este Cuaderno de Campo…


            Como resume magníficamente Ángel Arnaiz González, en el primero de los cuatro volúmenes de las actas que reúnen las ponencias de los encuentros galaicoportugueses de curanderos y menciñeiros celebrados en Ribas de Sil (Lugo), entre 2000 y 2004, en homenaje a Filomena Arias, la meiga de Torbeo: “es preciso tener en cuenta que todo cuanto el pueblo cree y cuenta tiene un fondo histórico real. No siempre podemos llegar a saber cuál es éste, pero es innegable que el pueblo no inventa nada. Se limita, ante el hecho real y en el transcurso del tiempo, a irlo adornando, completándolo, dándole carácter literario, popularizándolo, hasta el extremo de ocultar, casi por completo, el fondo que le dio origen, pero siempre con base en hechos y sucesos reales”.[8]

            Yo sí aspiro a identificar ese fondo histórico real sobre las bruxas, vedoreiras, meigas y sabias, oculto bajo el mito y la leyenda.

            Muchos antropólogos, historiadores y académicos, y sobre todo académicas, argumentan que tras la caza de meigas se ocultaban intereses económicos para hacerse con sus bienes; otras argumentan que el objetivo era eliminar a las curanderas, sabias y sanadoras que eclipsaban con sus remedios el poder de la Iglesia, e incluso, últimamente, muchas sugieren un plan orquestado por el patriarcado para ejecutar el mayor feminicidio organizado de la historia…

            Hoy, tras analizar los documentos históricos del Tribunal de Santiago o de la justicia ordinaria en Galicia, consultar tesis doctorales, ensayos académicos, cientos de artículos, programas, libros y documentales, pero, sobre todo, tras haber conocido personalmente a meigas, sabias, menciñeiras, curanderas, y/o a sus hijas o nietas, considero que ninguna de esas teorías puede explicar la caza de meigas.

            No es veraz afirmar que las meigas eran simples curanderas y sanadoras, perseguidas por ejercer su oficio. De los 267 procesos realizados por el Tribunal de Santiago que conservamos, el porcentaje de mujeres cuya profesión aparece tipificada como curandera, partera, médium, adivina o similar, es minoría.[9]


            La inmensa mayoría aparecen reseñadas como labradoras, campesinas, mendigas, prostitutas, viudas o esposas de, etc.

Tampoco se ajusta a la realidad afirmar que el económico era el móvil de la caza de meigas, ya que, salvo casos muy concretos, como el de María Soliña o Elvira Martínez, la inmensa mayoría no poseía un patrimonio que justificase su procesamiento. En varias ocasiones el Tribunal de Santiago informa a la Suprema -su órgano central en Madrid-, de que necesitan fondos para el mantenimiento de las meigas que no podían ni sufragar su alimentación en las cárceles secretas. En el caso de Constanza de San Miguel, por ejemplo, se reseña “que llevaba 30 años viviendo en un desierto donde se moría de hambre”. Y en casos como el de Marina Bella o Lucía Fidalgo, el Tribunal de Santiago llega a pedir ayuda a su Consejo central para su manutención en las cárceles secretas.

No se puede considerar a las meigas mártires de ningún culto ancestral, ni de ninguna otra ideología. Porque como bien me dijo una bruja y buena amiga, Begoña Rojo: “Los mártires eligen voluntariamente el tormento, y a las brujas nadie nos dejó escoger”.

Además, ni el Santo Oficio ni los tribunales ordinarios de justicia se dedicaron exclusivamente a perseguir mujeres en los procesos por brujería. Aproximadamente un 10% de los encausados eran hombres…

No. No es tan simple. Había algo más…

 



[1] Carballal Manuel. “Oscar Rey Brea: el inventor de la ufología en España”. El Ojo Crítico, nº 53. Febrero, 2007.

[2] Carballal, Manuel. “OVNIs o globos sonda”. Karma 7, nº 175. Junio de 1987.

[3] Hoy existen auténticos “cazadores de radiosondas”, que coleccionan estas pequeñas estaciones meteorológicas caídas del cielo: https://www.hoy.es/rc/20130512/mas-actualidad/sociedad/cazadores-sondas-201305112023.html

[4] “Ay, muchacho, No lo se. Sería la Santa Compaña camino de la Isla de Ons…”. En la provincia de Pontevedra he tenido la oportunidad de recoger varios testimonios de personas que aseguran haber visto extrañas luminarias que, según la tradición local, identifican con la Santa Compaña camino de la Isla de Ons. En dicha isla, uno de los lugares más mágicos de Galicia, también he recogido testimonios de la llegada de esas “animas en pena”, que entran por la costa oriental, atraviesan la isla y desaparecen en el viejo cementerio situado en el otro extremo de la isla, cerca del agujero del Infierno.

[5] Carballal, Manuel. “OVNI: Alta extrañeza”. Cuaderno de Campo nº 1 de esta colección. El Ojo Crítico, 2019. Caso 03: Ferrerías y la gran oleada.

[6]Cosas de viejos”.

[7] En el folclore gallego las mouras son unas criaturas feéricas asociadas a los restos megalíticos. En un análisis más profundo, para antropólogos como Rafael Quintía, el origen del mito está relacionado con la diosa creadora del mundo.

[8] Arnaiz, Ángel.  “Filomena Arias: a meiga de Torbeo”. En “Convivio galaico portugués de menciñeiros e curandeiros, en homenaxe a Filomena Arias Armesto”. Vol. I. Librodouro, 2000.

[9] María Sobreira, Magdalena Pereira, María de Bugalleira, María López, Elvira de Hermida, Marta Vázquez, Juana Montero, Francisca Núñez, Inés Vázquez “la Maestra de Soñar”, Constanza de San Miguel, Magdalena de Pereira, Juana Vázquez, Eufemia de Marcas, Inés de Fasay,, Catalina Pernas, Catalina García, Lucía Vázquez, Francisca Núñez…


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