Pero tras penetrar en el interior de la esfinge de Guiza, puedo afirmar que ni lo uno ni lo otro aparece por ningún lado.
No me lo han contado arqueólogos “oficialistas”, no lo he leído en un libro, no lo he visto en un documental de La2… Hace muchos años que no me fio demasiado de esas fuentes, por lo que prefiero comprobar las cosas sobre el terreno. Y esta actitud se debe, precisamente, a lo que viví en en aquel nuevo viaje a Egipto. Miguel Blanco fue testigo...
Sin embargo, no hubo manera de convencer a Hawass -al que solíamos visitar en su despacho al pie de las pirámides para hacerle mucho la pelota en cada nuevo viaje, entrevistándole, regalándole libros, etc.-, para que me permitiese acceder a las cámaras de descarga de la Gran Pirámide. El único lugar de esa maravilla del pasado donde existen textos jeroglíficos y por tanto pruebas históricas concretas sobre su construcción. Así que tuve que buscar otra manera…
A diferencia de otros colegas, que habían obtenido un permiso para visitar de madrugada la cámara del Rey, mi objetivo estaba justo por encima de esa estancia que solo conserva el sarcófago vacío, y que ya conocía. Al igual que todas las demás salas, pasadizos y cámaras de la Gran Pirámide, que ya había explorado en viajes anteriores.
No. A mi lo que me interesaba, lógicamente, es lo que no me permitían ver. Miguel Blanco intentó disuadirme pero...
Me colé en la pirámide, al filo de la media noche, aprovechado que un grupo había untado a los vigilantes para hacer una “meditación” esotérica en la cámara del Rey. Iba preparado con la cuerda de escalada, mosquetones, luces químicas, linternas, etc.
Me despisté del grupo y conseguí trepar los ocho metros hasta lo alto de la Gran Galería, donde se abre el pasadizo que lleva a las cinco cámaras de descarga, justo por encima de la cámara del Rey.
No fue una ascensión fácil, y una caída desde ocho metros de altura podría haber sido muy dolorosa, pero no hay otra forma de acceder. Y menos sin el permiso de Hawass.
Una vez arriba me arrastré por el claustrofóbico pasadizo hasta la primera cámara de descarga descubierta por Davidson en 1765, y desde ahí las fui radiografiando una a una, ascendiendo hasta la parte más alta de la pirámide. Algo que pocos investigadores han tenido la fortuna de ver.
Entonces entendí porque incluso los más prestigiosos egiptólogos alternativos, piramidólogos y astroarqueólogos ocultan esta evidencia. Les cerraría el chiringuito.
Pero también afectaría al negocio del turismo que mueve miles de millones anuales en Egipto. Por eso todos callan.
Cuando un par de horas después, bien entrada la madrugada, volví a asomarme al pasadizo me llevé la fatal sorpresa. Las autoridades arqueológicas y la policía egipcia me estaban esperando, y empezaron a gritar -imagino que cosas poco amables- andes de meterme en una de las cámaras para someterme a un férreo registro, confiscarme los carretes, grabaciones y arrancar mis notas del cuaderno de campo…
Todo el episodio, lo que ocurrió antes y lo que ocurrió después -incluyendo los análisis químicos de las muestras que tomé en la quinta cámara realizados por la policía científica de la comisaría de Canillas (Madrid)-, puede consultarse en uno de mis trabajos anteriores.1
Pero aquella noche, en la Gran Pirámide de Guiza, aprendí, con lágrimas y sudor, que en lo referente a los misterios del pasado, no solo se debate una visión ortodoxa o heterodoxa de la historia. También hay en juego un negocio millonario. Y con frecuencia todos mienten en alguna medida. Por eso es mejor comprobar las cosas por ti mismo. Algo que comencé a hacer en 1987, cuando arrancó esta aventura...
1Carballal, Manuel. “El secreto de los dioses”. Martínez Roca, 2005.
(A la venta el 9 de junio de 2021)
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